Pocas veces tenemos la ocasión de entrevistar a un autor fan del terror y creador de obras como "Pandemonio" o "Orlando Brown", que ya reseñamos en esta revista.
Hoy, os traemos a un autor canario, aunque nacido en Buenos Aires, Argentina. Con apenas 32 años, Leandro Pinto nos acompaña para contarnos más sobre sus sórdidos mundos de terror.
Buenos días, Leandro
¿Por qué te decidiste a escribir y a qué edad
comenzaste?
Supongo que, como a la gran mayoría, lo que me decidió a
escribir fue una necesidad de expresión, el anhelo por contar las historias que
se me iban ocurriendo. En mi caso no ocurrió por querer imitar a los escritores
que leía, sino porque sentía pavor ante la idea de que las historias se me
olvidaran si no las registraba en un soporte físico. Siempre fui muy
imaginativo, de esos que vislumbran una narración tras cualquier anécdota
cotidiana. En algún momento de la adolescencia las tentativas de relatos de
convirtieron en avalancha, y de ahí la necesidad de transcribirlas. Empecé
sobre los trece o catorce años, aunque por aquel entonces ya leía muchísimo.
Fueron cuatro o cinco años de componer relatos o pequeños bocetos de historias
más largas, hasta que al cumplir los diecinueve decidí tomármelo en serio y
dedicar a la escritura todo el tiempo que pudiera; fue una especie de epifanía.
Hice uno de esos juramentos silenciosos que uno hace con su propia conciencia
—por lo general en la antesala de la más temprana adultez—; un compromiso
ineludible e imperecedero. Y hasta ahora lo vengo cumpliendo.
¿Cuáles son tus obras actuales y qué tienes en mente
para próximos lanzamientos? ¿Cuál es tu favorita y por qué?
En la actualidad tengo cinco libros publicados: Orlando
Brown (2010), Remanso de paz (2011), Veneno de escorpión
(2012), Consejera nocturna (2013) y Pandemonio (2014). Muy pronto
verá la luz un volumen de relatos titulado Un puñado de sombras —el
título es primicia, no se había publicado hasta ahora— y trabajo en dos o tres
proyectos más, con intención de que salgan al mercado en un lapso de dieciocho
a veinticuatro meses. Estos proyectos inconclusos están enmarcados dentro de
distintas ramas del género de terror: uno de ellos es una novela acerca de unas
criaturas antropófagas que asolan un pueblo rural, y trabajo también en un
díptico acerca de la demencia como elemento catalizador del horror —variantes
de lo que se denomina «terror psicológico»—. En medio de todo esto, algún que
otro relato breve, por lo general orientado hacia lo gore o lo
explícito. Me es muy complicado elegir mi favorita. Mi obra preferida siempre
es en la que estoy trabajando en este momento; es la única que para mí es intocable,
la niña de mis ojos. Pero si se trata de elegir entre las novelas publicadas,
creo que Veneno de escorpión es ahora mismo mi favorita. Sé de sobras
que Pandemonio ha sido con diferencia la favorita de los lectores, pero Veneno
de escorpión fue una especie de revelación para mí, y seguramente la novela
en la que más me impliqué. Entre otras cosas porque la redacté de principio a
fin cuatro veces, pero también porque la atmósfera me resultó sobrecogedora y
el personaje principal adquirió una complejidad que nunca hubiera imaginado
durante los primeros bocetos. Creo que si tuviera que llevarme una de las mías
a una isla desierta, sería Veneno.
¿Tus influencias literarias?
Numerosísimas y muy variadas, tanto a nivel temático como
estilístico. Si empiezo, no termino más, así que me voy a circunscribir al
género de terror, que es en el que suelo moverme a la hora de escribir y el que
más me apasiona como lector. Lovecraft y Poe, evidentemente: los pilares
bíblicos de todo autor de terror. Me gustan mucho los autores clásicos del
gótico, aquellos que propiciaron el albor del género oscuro: Horace Walpole,
Ann Radcliffe, Matthew G. Lewis. El galés Arthur Machen es un autor que me
vuelve loco; es quizá el mejor creador de atmósferas que he leído jamás. Shirley Jackson, Mary Shelley, Bram
Stoker, Guy de Maupassant, Lautreamont… Robert Bloch, Richard Matheson,
Stephen King, Clive Barker… De todos he aprendido algo, sin duda, aunque
también de muchos otros autores que no están relacionados con el terror:
William Faulkner, Franz Kafka, Fiódor Dostoievski, Henry Miller, James Joyce…
Mejor lo dejo ya, ¿no?
¿Cómo te ambientas para escribir?
Escribo por la mañana, desde las seis. La casa está en
completo silencio. En invierno siempre es noche cerrada aún, y en verano apenas
asoma la coloración rosácea del alba. El ambiente de total aislamiento que
consigo es importante porque no hay distracciones ni interrupciones en ese
momento del día: nadie entra en la habitación y no suena el teléfono, así que
puedo abstraerme e ingresar en el mundo de la ficción que estoy trabajando sin
peligro de que nada me desconcentre. Cierro la puerta y tengo la habitación
para mí solo: un cuarto repleto de libros donde solo se respira literatura.
Después está la música, que también ayuda a hermetizar aún más el ambiente.
Suelo alternar épocas de música clásica con otras de heavy metal, trash
metal, death metal, speed metal o cualquier otra variante de
metal muy ruidoso y estridente. No solo me fascina esta música, sino que muchas
de las bandas de escucho (Black Sabbath, Slayer, Judas Priest, Anthrax,
Megadeth) trabajan una lírica que convierte cada canción en una pequeña misa
satánica; como es fácil imaginar, estas letras terminan siendo inspiradoras en
el marco de las temáticas oscuras en las que me muevo. Pongo la música a un
volumen elevado, aunque con los auriculares puestos, ya que no es plan
despertar a mi mujer, que a esas horas duerme como un angelito en la habitación
contigua. A un lado tengo una libreta donde voy tomando apuntes paralelos al
manuscrito, diccionarios lingüísticos y de sinónimos y algunos libros de
referencia. Tengo una calavera de pega encima de los libros; esas cuencas
vacías a veces dicen más que muchas miradas humanas. La taza de café también es
imprescindible cada mañana; sin ella no podría ni empezar.
¿Sueles investigar antes de lanzarte a escribir o vas
improvisando?
La verdad es que previamente investigo solo lo justo. Me
preocupan mucho más la trama y los personajes que un entorno verosímil. A
posteriori, y cuando la obra ya ha pasado por diversos estadios de
construcción, sí hago los deberes e investigo lo que sea necesario,
especialmente en cuestiones de tiempo y espacio —hechos históricos y situación
geográfica, por decirlo de otra manera—. Alguna cuestión científica, médica o
legal, y poco más. Digamos que busco no quedar en fuera de juego ni pillarme
los dedos, pero procuro que la investigación y los datos que esta arroja no se
coman en ningún momento a la trama de ficción. El manual sobre cachalotes que
Melville introdujo en Moby Dick está muy bien, pero estoy seguro de que
la grandeza de su obra radica mucho más en la relación enfermiza entre Ahab y
la ballena que en ese texto informativo. Creo mucho en la improvisación. Sé que
esto me lleva a trabajar el doble, pero la experiencia de escritura, por lo
menos en mi caso, se vuelve mucho más apasionante y lúdica que si trabajara con
algún tipo de planificación. Por lo general me dejo llevar por la pulsión, en
mi caso suele ser muy violenta, muy febril.
¿Sigues los clichés de los talleres de escritura o
prefieres aprender sólo?
Siempre he sido un autodidacta convencido, y mucho más
desde que asistí a un par de cursos de escritura, experiencia de la que
prefiero no hablar. Creo que todo lo que se puede aprender sobre el oficio de
escritor está al alcance de la mano; tan solo hay que sentarse a leer como un
animal y a disparar letras como un lunático. Lo poco o mucho que he aprendido
sobre esta profesión ha sido indefectiblemente en la soledad de la cueva; no
hay mejor escuela, en mi opinión, que el trabajo diario.
¿Qué opinas de la literatura moderna?
Me parece una terminología francamente peligrosa… ¿Qué es,
en definitiva, la literatura moderna? Supongo que todo el tiempo estamos
intentando romper barreras y quizá establecer un nuevo canon de modernidad; en
ocasiones, y ante la imposibilidad de semejante empeño —principalmente porque
tal objetivo no debería nunca partir de un empeño determinado— nos volcamos en
hacer lo que siempre se ha hecho, imprimiéndole nuestro sello. Creo que la
evolución de la literatura como arte no está relacionada con la merma de la
calidad, sino con los procesos cognitivos mediante los cuales se origina, y
estos dependen exclusivamente de cada autor. Soy un optimista empedernido y no
estoy del todo disconforme con la literatura que se practica en nuestros días,
con la que se escribe ahora mismo en cualquier parte del mundo. Sé que muchos
no estarán de acuerdo y abogarán por los antiguos ideales, por los impulsos
creativos de una sociedad no tan contaminada ni embrutecida como la nuestra. En
fin, creo que aún no he respondido a la pregunta… Opino que cualquier vertiente
de literatura es válida y debe tenerse en cuenta mientras se practique con
seriedad y devoción, con el principio sagrado y genuino de simplemente querer
transmitir una historia a una comunidad lectora —aunque esa comunidad se limite
al propio autor y a nadie más—.
¿Te atreverías a escribir una novela del estilo que
esté de moda en ese momento?
No intencionadamente, porque me sería imposible adquirir
la frialdad mental para adaptarme a un género que no es el mío. En este sentido
me rijo por una norma intocable: escribo lo que me da la gana,
independientemente de los vientos que soplen en el mercado editorial. Incluso
dentro del terror, suelo ser de efectos algo retardados: solo ahora estoy
empezando a escribir historias sobre muertos vivientes, licántropos y vampiros;
cuando estuvieron de moda hace cuatro o cinco años, no se me pasó por la cabeza
en ningún momento escribir sobre esos temas, y no porque no quisiera nada a
favor de la corriente, sino porque las historias que se me ocurrían iban por
otros derroteros. Pero lo cierto es que no, no lo haría. Por principios. Y
también por incapacidad.
Vivimos una explosión de autores canarios. Es como una
nueva generación del 14. ¿Qué opinas al respecto?
Se ha producido una eclosión muy interesante en los
últimos cinco o seis años, quizá más. Estamos viviendo el surgimiento de una
generación muy talentosa que se está abriendo un hueco en el mercado y
atravesando las fronteras. Creo que Alexis Ravelo es el principal abanderado de
esta generación, el que a base de ganar premios y obtener reconocimiento va
despejando los obstáculos y allanando el camino por el que los demás avanzamos;
cada uno en su género y temática, creo que nos vamos haciendo un espacio en el
pabellón literario y forjándonos un nombre. La cuestión tiene connotaciones
humanas muy importantes; creo que muchos de nosotros no solo formamos un grupo
de artistas que va evolucionando y progresando en el oficio, sino que en la
mayoría de los casos nos une una amistad fuerte, una camaradería sincera. Me
satisface mucho comprobar que por lo general imperan el respeto y la admiración
mutua, así como el apoyo en las diversas fases de promoción. Sería bonito que
dentro de veinte años los progresos personales no obnubilen este componente
humano, más allá de los egos y las lógicas ansias profesionales.
¿Cuáles son tus autores favoritos de esta nueva
hornada?
Voy a cometer el error de nombrar a algunos, lamentando no
poder nombrarles a todos. En el ámbito del terror José Ramón Navas y Víctor
Conde tienen toda mi admiración; este último es un verdadero animal de la
narrativa, y además se maneja con muchísima soltura en muy diversos géneros.
Cuando leo alguna obra suya de terror no puedo evitar sentirme muy pequeño. En
la novela negra destacaría a Ravelo; me gusta mucho su estilo desenfadado y
gamberro, aunque he de reconocer que no me prodigo demasiado como lector de
novela negra. En fantasía épica, sin duda Rayco Cruz; se trata de un narrador
excepcional, muy ambicioso en las estructuras que maneja y preciso como un
cirujano. Leerle me ha acercado mucho a los intersticios de este género,
siempre complicado y muy particular. En el ámbito de la narrativa juvenil creo
que Mélani Garzón está haciendo un trabajo muy meritorio con su saga Dominadores
de Almas; maneja muy bien un vastísimo ramillete de personajes y sus
historias son apasionantes. Por supuesto que hay muchos más, y muchos otros a
los que me gustaría leer en breve (Carlos González Sosa, Ramón Betancor, Sandro
Doreste, Julieta Martín). Se trata, como puedes ver, de una hornada bastante
amplia; hay variedad, calidad y cantidad como para pasárselo en grande.
¿Vivimos una época dorada de la literatura isleña?
Es posible, aunque sería interesante ver cómo evoluciona
cada uno y adónde somos capaces de llegar, y no me refiero al posicionamiento o
el éxito que alcancemos. Soy un convencido de que el trabajo constante y
regular es lo que establece los cimientos de una carrera ascendente en cuanto a
calidad argumental, audacia estilística, diagrama de personajes, originalidad,
precisión narrativa y manejo de las emociones. Es de esperar que toda esta
gente joven —todos nosotros— vayamos progresando hasta los niveles de
excelencia que sé que podemos alcanzar. Solo entonces, creo, podremos valorar
esa tonalidad dorada —o no tanto— de la época que nos ha tocado vivir.
12) ¿Te ha costado mucho editar con editoriales?
Si he de ser sincero, no. A los veinticinco años tenía un
manuscrito (Orlando Brown), lo presenté a una editorial (Beginbook), lo
aceptaron y se publicó. Al año siguiente les entregué Remanso de paz, el
grupo editorial volvió a aceptarlo y también lo publicaron, solo que esta vez
bajo el sello Anroart Ediciones. Después vino Veneno de escorpión; en
esta ocasión envié el manuscrito a Ediciones Babylon y el proceso fue similar.
Poco después hubo un nuevo acercamiento con la gente de Mercurio Editorial (que
pertenece al mismo grupo que publicó mis dos primeros libros) y allí lanzamos Consejera
nocturna y Pandemonio, y bajo este mismo sello se va a publicar Un
puñado de sombras dentro de muy poco. Sé muy bien que no es el proceso
habitual, y que por lo general suele costar bastante más trabajo, pero no sé;
supongo que aquí hubo un componente de azar. Tuve una suerte increíble.
¿Qué recomiendas más, la autoedición o la edición,
aunque sea a pequeña escala?
Yo estoy muy conforme con el trabajo que las editoriales
han hecho y están haciendo con mi obra, y no he pasado por la experiencia de la
autoedición o la coedición. Entiendo que debe de ser interesante tener un
control total del proyecto, encargarse de la maquetación, la portada, la venta
y la distribución, pero carezco de la experiencia en esos campos como para
valorarlo. La ventaja de publicar a través de una editorial competente es que
te permite concentrarte exclusivamente en tu obra, en escribir, al margen,
claro, de no tener que invertir dinero propio en la edición. Es posible que
bajo estas condiciones algunos aspectos del producto escapen a tu control, pero
creo que merece la pena. No me siento en condiciones de recomendar o aconsejar
a nadie al respecto, pero en mi caso me está yendo de maravilla manteniendo una
relación estable con una editorial que hace muy bien su trabajo y que me deja
explayarme con libertad en el mío.
¿Qué te gustaría cambiar del mercado editorial
actual?
Supongo que los volúmenes de promoción; es evidente que
muchos escritores de mérito obtendrían mucha más visibilidad si tuvieran a la
mano otras herramientas de promoción, herramientas que solo pueden aportarles
los editores y los libreros. Pero pienso que el problema es mucho más profundo:
se trata de un conflicto social. Es muy difícil que los que pueden hacerlo
apuesten por promocionar a escritores poco conocidos porque es la masa social
la que no parece interesada en conocerles. Exigirles un mayor volumen de
promoción a los editores sería, creo, como empezar la casa por el tejado.
Primero habría que orientar a la masa social —¿quién dijo «Utopía» por ahí?—.
Otra cosa que me gustaría sería el incremento de los comercios especializados.
Aquí en Canarias, por ejemplo, no creo que exista una librería especializada en
literatura de terror. Hace un tiempo se pusieron de moda algunas librerías
dedicadas casi exclusivamente a la novela negra; esto, aunque ha sido muy
criticado, creo que le hace muy bien al mercado. Que se me entienda: no abogo
por comercios etiquetados y exclusivamente circunscriptos a un género, pero sí
es cierto que sería una medida interesante para huir del bestsellerismo
que impera.
Háblanos de ti. Hobbies, aficiones…
Casi todo lo que me gusta hacer esta directa o
indirectamente relacionado o con la literatura y con el mundo de las historias
en general. Me gusta mucho el cine; suelo ver un buen puñado de películas a la
semana, especialmente cine de Europa del este, Japonés o Francés, o del
Hollywood clásico. También consumo una buena cantidad de slasher y de terror
ochentoso y de serie B —me gusta comprobar la cantidad de veces que se han
contado las mismas historias—. Soy un fanático del Scrabble; me encanta jugar y
lo hago todas las semanas, aunque como también se trata de formar palabras
supongo que es más de lo mismo. Juego al ajedrez, y dos o tres veces en semana
voy por las noches a correr al parque, conectado a la misma música que escucho
mientras escribo; esto no solo me permite hacer ejercicio, sino que también me
inspira. El parque suele estar oscuro y hay árboles y sombras por todos lados,
intersticios umbríos por donde asoman retazos de historias que se me van
ocurriendo. Esas carreras suelen ser muy fértiles; siempre vuelvo a casa con
una o dos ideas para relatos o novelas, y sudando como un animal a causa del
ejercicio y la exaltación. De vez en cuando voy al auditorio, que siempre hay
conciertos de música clásica que merecen la pena. Series en la tele. Algún
partido de fútbol. Pero sobre todo leer; la mayoría de las horas se me van en
la lectura; narrativa sobre todo, pero también filosofía, teatro, poesía,
ensayos, un poco de todo.
Muchas gracias, Leandro por dejarnos conocerte mejor.
Gracias a vosotros; siempre es un placer pasarme por la
Galería.
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